CRÓNICAS DEL CARIBE II
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EL HUEVO CÚBICO
(La magia natural)
«Marcelino, complacido, contó los huevos bajo las plumas de la mansa colorada, que ése mismo día había empezado a empollar. Doce huevos. Pero el último era más pequeño y raro, levantó la gallina con cuidado para sacar el huevo defectuoso y entonces se dio cuenta del fenómeno. Era huevo cuadrado...»
«Esa tarde, un gentío proveniente de San Mateo de Agua y de Tierra desfiló por la casa de Marcelino para ver aquel desliz de la naturaleza. El preparador tuvo que abandonar sus quehaceres para mostrar a los curiosos el ya famoso paralelepípedo. Los amigos, los conocidos y los que decían conocerle aunque él no recordara haberlos vistos jamás, vecinos intrépidos, curiosos de paso, fisgones de profesión y galleros envidiosos, repentinamente transformaron su patio en un hormiguero...»
«Una comitiva de ejecutivos japoneses quiso ofrecerle un arreglo millonario a Marcelino si les vendía la gallina colorada. La intención de la empresa japonesa era reproducir genéticamente millones de gallinas que pusieran huevos cuadrados que resolverían el problema del transporte y empacamiento de los frágiles óvulos. Los huevos cúbicos revolucionarían la industria avícola mundial. Era, sin lugar a dudas, el mejor negocio del siglo.»
«Los periódicos no dejaban de hablar del huevo hexaedrolátero. El presidente de los Estados Unidos de Norteamérica salía en primera página declarando que el asunto del huevocubo estaba bajo control. Que no era justificado el pánico. Que los suicidios en masa sucedidos en varias localidades de la nación eran actos aislados y psicópatas de sectas enfermas con intenciones desestabilizadoras. Que América sí existía, que Colón sí había descubierto el continente y que él y la nación entera creían en Dios. La radio informó que en Europa estaba creciendo el pánico. Si la Tierra no fuera redonda, y si América no había sido descubierta, la hambruna del siglo xvi y xvii no se habría aliviado con la siembra de la papa importada del nuevo continente, y esto, además de las crisis existenciales de los habitantes del viejo continente por presentirse inexistentes, puesto que todos sus antepasados habrían muerto de hambre antes de procrearlos, se mezcló con el repudio a comer papas y cualquier otro producto originario de América, alegando que no podían sentir apetito ante algo de dudosa existencia. En toda Europa, y muy especialmente en España, una ola de anorexia colectiva estaba enfermando a miles de personas. La cifra de muertos no había sido oficializada, pero amenazaba con ser espantosamente grande en los próximos días.»
NUBE QUIETA
(La magia del deseo)
«Al tocarle la mano Mariela, Aparicio sintió que se le desorientaban las prioridades. Supo entonces que su futuro estaba en manos de la naturaleza.
De niño, se asomaba por la cerca del country de los gringos a observar las casas de cemento y ladrillo pintadas de verde y blanco, al tiempo que armaba del mismo material y color su futuro: algún día se mudaría del palafito de tablas y cinc a una casa de platabanda…»
«Es sabido que los sentimientos de inferioridad, como casi todas las urgencias humanas, nacen de la comparación. Aparicio sentía que una casa como la de los gringos lo sanaría de toda carencia.
«Progreso» era la palabra de moda. Progreso era el nombre del recién inaugurado Club de la compañía petrolera, también una bodega de San Mateo de Tierra se llamaba así y una calle que llevaba nombre de santo fue rebautizada con el próspero epíteto. El progreso estaba en boca de todos, desde el pescador a remos que soñaba con un motor fuera de borda, hasta cada discurso presidencial o de campaña, tanto en el oficialismo de turno como en la oposición, el progreso era la obsesión. Y en Aparicio justificaba el rechazo que sentía por las tablas, las láminas de cinc, las paredes de cartón piedra, el palafito donde vivía con su madre y el íntimo desprecio que sentía por todo el pueblo de San Mateo de Agua.»
LAS HORAS PERDIDAS
(La magia del tiempo)
«Al cruzar el umbral de la casa encontró a su mujer esperándolo. Eusebio le conocía las mañas y se adelantó:
–¿Y ahora qué pasó?
A Oneida no le sorprendió la anticipación del marido, más bien la esperaba, las mujeres celosas piensan que el hombre siempre está a la defensiva, ocultando algo.
–¿Dónde andabas metido ayer a las seis?
–¿De nuevo con eso mujer? ¿Con qué chisme te vinieron ahora tus comadres cizañeras?
–No es chisme, ¿dónde estuviste ayer de seis a siete?
Hacía tiempo que a Eusebio ya no le sorprendían las ocurrencias de su esposa, así que, para aquietarla, aparentó resignada calma y empezó a detallarle lo que había hecho la tarde anterior.
–Desembarqué a las cinco, me vine caminando con el Mocho, lo dejé en la bodega de Atencio y seguí tranquilito por la vereda principal hasta llegar acá. No debo haber tardado más de veinte minutos desde el muelle a la casa, por lo tanto, antes de las seis ya estaría bañándome.
Oneida, tratando de sacar de mentira verdad, le aseguró que había llegado a las siete y media. A Eusebio se le acabaron las ganas de aparentar.
–¡Qué carajo mujer! ¡A la hora que fuera es lo mismo!
Ya estaba por dar la espalda a la disputa pero le dio piquiña la terquedad de su esposa y volvió a subrayar que no podía ser más de las cinco y media cuando llegó.
–A las seis ya tendría buen rato en casa.
Oneida no se dio por vencida. Algo le decía que él no había llegado a las seis, aunque reconoció que se había pasado el día tratando de recordar esa hora sin poder ubicarla. Al marido no le quedaba mucha paciencia.
–¿Y eso qué importa?
–¡Claro! ¿Qué importancia va a tener que a mí se me pierda algo? Y más si lo encuentras tú. Váyase a saber que hiciste con ese tiempo, quién sabe en que marramuncias andarías metido, no me extrañaría que una de esas con quien te revuelcas me haya echado algo pa` fregarme la memoria.
Viendo que la cosa se estaba poniendo color de hormiga, Eusebio intentó recobrar la calma para tratar de tranquilizar a su mujer.
–Un olvido lo tiene cualquiera mujer, de seguro que a esa hora yo ya estaba en casa.
Pero Oneida le retrucó con tono de última palabra:
–¿Cuándo se ha visto que sea oscuro a las seis de la tarde?
Eusebio se quedó pensativo, mirando hacia arriba, repasando los recuerdos, y luego reconoció, extrañado, que era verdad, que al llegar a la casa estaba oscuro, que se acordaba de haber enroscado el bombillo en el zócalo de la entrada cuando llegó.
–¿Viste? No estoy loca, tú andas en algo raro, si no fuera por los niños…
Eusebio se dio por vencido y se devolvió por donde había llegado. Al entrar a la bodega La Copa de Oro todavía le retumbaba en la cabeza el eco del rezongo de su mujer. El ambiente estaba animado. Habían como veinte personas jugando dominó, bebiendo cerveza, contando lo del día. Se paró en el mostrador al lado del Negro Kano, el Tuerto Reyes y Eudo Montilla.
Tragó largo de la cerveza que le sirvió Luis del Carmen Atencio, se recostó al mostrador y como hablándose a sí mismo pero mirando al único ojo del Tuerto Reyes relató la reciente discusión con su mujer.
–Debe estar enrollada como cascabel y nada más porque no se acuerda una hora ¿De dónde sacan las mujeres tanto brollo? ¿Quién le saca ahora de la cabeza lo de la brujería?
–Así son todas compañero, desde que nacen es quejándose y si no encuentran de qué, lo inventan. – Sentenció el Tuerto Reyes.
Eusebio comentó que lo más raro era que él tampoco se acordaba de lo que había hecho de seis a siete la tarde anterior.
–¡Ay compañero! Como que le salpicó la brujería. –Se burló El Tuerto Reyes.
Eudo Montilla, que escuchaba callado, interrumpió de pronto diciendo que él tampoco se acordaba lo que había hecho a las seis de la víspera.
¡Ahora sí que nos compusimos! –Dijo el Tuerto Reyes riéndose, ahora falta que la comadre también le reclame una hora y me acuse de sonsacarlo pá beber. Que conste que ayer a las seis...
El Tuerto Reyes se quedó un instante pensativo.
–¡Ahora sí me fregué yo! ¿Qué hice ayer a las seis? Esto como que se pega. –Se quejó el Tuerto Reyes.
Eusebio, levantando la botella de cerveza le indicó a Luis del Carmen Atencio que le sirviera otra.
–¿Y usted Atencio, qué hizo ayer a las seis de la tarde? –Preguntó Eusebio al bodeguero que destapaba la cerveza.
–Como todos los días, atendiendo el negocio. – respondió el bodeguero.
Eusebio volvió a preguntarle recalcándole la hora específica, pero Luis del Carmen Atencio estaba ocupado sirviendo y sólo dijo que no se acordaba.
Arrebatado por una repentina intuición, Eusebio preguntó con voz que retumbó en todo el ambiente:
–¿Quién vio ayer el atardecer?
Luis del Carmen Atencio, que no solía involucrarse en conversaciones de mostrador, fue el único en responder.
–Yo me acuerdo del pito de la Lancha Petrolera cuando llegó al muelle a las cinco de la tarde. Recuerdo que espantó unos pelícanos que se asoleaban en el frente, pero estoy tratando de hacer memoria y no me recuerdo de haber escuchado las campanadas de la iglesia, ni haber visto el atardecer, y eso que en esta época el sol se mete hasta acá adentro. Después de la lancha de las cinco, sólo recuerdo la noche.
El ambiente se intrigó, los presentes intentaron hacer memoria pero la mayoría dudaba de haber escuchado el ángelus de ayer... »
EXORCISMOS
(La magia profana)
«El Padre Santa María llegó a San Mateo de Agua para quedarse. Con su designación como cura del pueblo, el Episcopado Nacional daba por reparado el descuido sufrido por los cristianos de la costa del lago desde su evangelización en tiempos de Américo Vespucio.
El sacerdote llegó a San Mateo de Agua como Jesucristo: a lomo de burro. Llegó acompañado por un baquiano y otro animal cargado de maletas de cartón. En un santiamén el pueblo se enteró que al fin tenían cura. Era viernes de San Valentín por la tarde y no fue difícil arreglar una parranda en honor al recién llegado. Improvisaron una tarima en el muelle y aparecieron los tambores de San Benito. La gente respondió de inmediato al llamado de los chimbángueles, de cada palafito salían personas entusiasmadas con botellas de ron y bailando al toque de los tambores. Y así, en una lánguida tarde de San Valentín de un pueblo con apenas media docena de compromisos y muchos amores contrariados, se armó la fiesta.»
«Cuando le fueron a avisar que la viuda de Peralta estaba poseída por el demonio, el Padre estaba descompuesto con las tripas revueltas. La comida caribeña sería lo único a lo que jamás se acostumbraría. Otra crisis histérica –pensó–, porque estaba convencido de que esos desmadres de personalidad no podían ser obra del demonio. Son tan frecuentes –reflexionaba– que no le dejarían tiempo a Satanás para dedicarse a todas las desgracias que ocurren en el mundo. No tiene sentido que el maligno, pudiendo divertirse matando de hambre a la gente en India, jugando a la guerra en África o quebrando la Bolsa de valores de Nueva York, tenga interés por el alma de una viuda analfabeta, o una adolescente embarazada en este pueblo de mierda.»
TATUAJE
(La magia de la tentación)
«Unos pocos maderos y algunas tablas obstinadas y blanqueadas por la roña de aves zancudas, son el desarticulado esqueleto de lo que fue Crucifixión de Agua, un pueblo que murió por la insidiosa peste del deseo. Algunas tablas sostenidas sobre estantillos de mapora petrificados por el escaramujo, aún se asoman lastimeramente entre los juncos y eneas, bajo el acecho del mangle ansioso por recuperar sus dominios sobre la ribera lacustre.
Al desplomarse los últimos huesos, sólo quedará la leyenda.
Allá quien la quiera creer y aprender de ella.
Cumplo con contar la historia, para librarme del remordimiento del que no avisa un peligro, de la complicidad del que calla un crimen.
Impredecibles son las formas bajo las que se presenta el Demonio e infinitas y fascinantes sus tretas para engañar a los cristianos, víctimas predilectas de su perfidia, ser cristiano prácticamente significa: cuerpo tentado por el maligno. Nunca será suficiente la precaución que se tenga, un descuido lo tiene cualquiera...»
LAS PALABRAS SE LAS LLEVA EL VIENTO
(La magia de las palabras)
«A Emeterio se le desmoronó el entusiasmo por enésima vez. Los planes, igual que los pétalos a las flores, se le caían a los pocos días. Nomás se ilusionaba en una nueva empresa y alguien se le adelantaba y le volaba el negocio.
Como cuando ideó un artilugio para remolcar las redes de pesca con su bote. A la semana decomisaron dos lanchas a pescadores de Palmarejo por andar pescando de arrastre. La Petrolera había presionado para que se prohibiera ese tipo de pesca por poner en peligro sus instalaciones lacustres.
Ahora le volvía a pasar lo mismo con su idea de llevar hielo a los obreros de las instalaciones petroleras en el lago. Una contratista de transporte marino, logró un contrato de exclusividad para abastecer de hielo y agua potable a todos los pozos y gabarras petroleras de aquella parte del lago.
Otro negocio que se le caía. Y pensar en lo contento y entusiasmado que había estado celebrando anticipadamente con el compadre Ezequiel. Debiera haberlo sospechado, como siempre, nomás contaba las cosas y se le venían patrás...»
ZAPATERO
(La magia ingenua)
«–¿Y es verdad que mataron a Benigno?
–Así parece comadre. Lo encontraron desangrado.
–¡Dios lo tenga en su Gloria! La pobre Fátima no tendrá consuelo.
–Por ahí dicen que fue él mismo.
–No haga caso a camelotadas compadre. Él era un santo y usted sabe que eso es pecado. Lo que pasa es que este pueblo tiene más lengua que cuerpo.
–Eso si es verdad.
Benigno era el remendón de San Mateo de Aguas. En sus manos el cuero más escacharrado se convertía en piel de becerro. Orgulloso de su oficio, siguió siendo zapatero aún después de que, por casualidad, se volviera curandero.
La cosa empezó por un acto de cariño. Su esposa Fátima sufría de fuertes dolores menstruales y Benigno, mortificado, había buscado todo tipo de medicina, remedio casero o paliativo solidario sin lograr alivio alguno. Un día acostado a su lado en el catre, le frotaba el vientre como muchas veces había hecho tratándola de consolar: tranquila, trata de pensar en otra cosa, todos los meses piensas que te mueres y al final pasa, ahora mismo te estás sanando con el calorcito de mi mano, relájate y verás. Con súbita decisión le prometió que él la curaría y cerrando los ojos rezó un padrenuestro en silencio mientras le frotaba el vientre. De pronto se imaginó que la dolencia era absorbida por la palma de su mano, cerró el puño para atraparla y luego la tiró contra el suelo.
–¿Ya? –Preguntó Benigno con verdadera expectativa.
Fátima se movió lentamente como desperezando el cuerpo, se tocó el vientre buscando algo con miedo de encontrarlo, y…
–No, no puede ser ¡Se fue! ¡Ya no me duele mi amor!
Se le echó encima abrazándolo. Y así, lo que no habían podido aliviar la moderna aspirina del doctor del dispensario, el elixir de mandrágora china comprado a los marineros asiáticos en el puerto, las infusiones de valeriana, el amargo sulfuroso del Doctor Vargas, las fomenteras con mentol chino, y los diez mil pomos, emulsiones, cataplasmas y los más impensables remedios de buen samaritano preparados por las vecinas, lo aliviaron las manos y el amor de su marido.
El zapatero volvió a sus zapatos sin prestarle atención a lo sucedido hasta que...»
Contraportada |
EL CARIBE SEGÚN SAN MATEO
Crónicas del Caribe 2
Primera edición Caracas, diciembre de 2008
© Mario C. Fattorello B. 2008
Depósito legal lf74520088004320
ISBN: 978-980-390-214-8
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