lunes, 17 de noviembre de 2014

RELATOS A LA SOMBRA DE SAN MATEO

CRÓNICAS DEL CARIBE I

Portada de relatos a la sombra de San Mateo. Mario Fattorello
Portada

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EL AMOR CARIBE EN OCHO CUENTOS


JUAN Y SU TÍA
(El amor eterno)

«Juan tenía ciento treinta y dos años. Treinta y dos años de vida y como cien de muerto. Predestinado al descuido, por ciertas máculas asiáticas en su semblante, sus padres se desentendieron de él desde el mismo momento en que la comadrona se los mostró, convencidos de que esos ojos accionados y esa sonrisa eterna no los tenía nadie en sus familias. Con esa firme renuncia lo olvidaron, con alivio, al cuidado de su tía María en el pueblo palafitico de San Mateo de Agua. La tía María se encargó de remendar cualquier descosido de orfandad y por puro deseo de ser madre, su pecho empezó a lechar. Lo llamo Juan, a secas: "serás tan puro que no necesitarás apellido"...»

LA NIÑA
(El amor poético)

«—¿Y cómo se descubre el amor Jovita?
—Con los sentidos, mija. Primero que todo, el amor se escucha. El amor endulza las palabras. El que ama se asombra de lo que dice. No ha existido hombre ni mujer que se hayan enamorado de verdad y no se hayan conmovido como los poetas. Antes que todo él aparece en palabras. Lo dice la Biblia: Dios hizo primero el verbo.
—¿El verbo?
—¡Sí, mija! ¡Que no te escuche el padre Santa María, ni la maestra Cecilia! El verbo es una palabra. Dios hizo primero las palabras porque él es puro amor. Los enamorados escuchan cosas que jamás habían escuchado: músicas secretas, los cantares de todos los amores del universo que son uno solo porque vienen de Dios; los amadores se reconocen porque escuchan lo mismo. Luego, el amor entra por los ojos…»

CONSUELO
(El amor propio)

«De pronto, una carcajada visceral lo interrumpió.
—¿Qué te pasa mujer?— Preguntó Horacio Chirinos.
—Tengo cosquillas— respondió consuelo entre risas.
Desde esa noche no hubo manera de que volvieran a retozar juntos. Apenas su marido se insinuaba, a consuelo se le ponía la piel de gallina tratando de contener la risa, y si la tocaba, reventaba en una carcajada…»

LA GUERRA DE LOS SANTOS
(El amor sagrado)

«San Mateo de Agua estaba sentenciado por la santidad de su nombre. Cuando los colonizadores españoles llegaron a las costas del lago de Maracaibo, supusieron que a Dios se le había traspapelado esa parte de la creación, y en un intento de restituir el dominio divino sobre cada cosa de la Tierra, asignaron nombres cristianos a cada alteración geográfica o poblado de indígenas. Entonces, San Mateo de Agua era un pueblo de pescadores, y lo seguía siendo cuando fue estremecido por el antojo divino…»

MAPANARE
(El amor secreto)

«Cuando la desesperación se une a la impotencia aparece el fantasma de la locura, un frío que sube por la nuca y amenaza con congelar el cerebro. Imposible pensar. Sólo se tienen ganas de correr. Evangelina salió de su casa. Anduvo un rato sin rumbo y luego recordó a Jóvita, la Niña de San Mateo de Agua...»

ÁNGELUS 
(El amor profano)

«El botiquín parecía una embarcación de otros tiempos, encallada en la costa. En sus inicios, había sido un palafito como cualquier otro de San Mateo de Agua. Mireya lo había inaugurado con cuatro mesas, una rocola y un mostrador donde ella misma servía los tragos. A fuerza de continuas ampliaciones, fue creciendo hacia la playa, hasta transformarse en un caserón anfibio, en parte levantado sobre el agua y en parte asentado en tierra. Tenía un patio interno con varias mesas y la rocola, rodeado de cuartos en alquiler, porque la intimidad es indispensable hasta en el amor más urgente. En el centro se levantaba un cocotero, como el mástil apático de un barco fondeado para siempre…»

VIRUELA
(El amor estético)

«El sol entraba por la ventana desperezándose el amanecer de encima. Sara se peinaba, sentada en su taburete de cuero con patas de madera torneada. «Torneada como ella, como su ondulada cabellera», pensaba Julio Nazareno desde la cama, mientras observaba el ritual nigromántico de sincronizadas poses y ademanes de prestidigitador con los que su mujer se maquillaba frente al espejo de la peinadora, metamorfoseando a Sara en Sarita.
—¡Ay Sara, Sarita, Julieta de mi vida! Pareciera que toda la luz fuera tuya, la que se refleja en el espejo, el resplandor mismo del sol al que das vida cada mañana ¡si te mueres me mato!...»
Contraportada de relatos a la sombra de San Mateo Mario Fattorello
Contraportada

RELATOS A LA SOMBRA DE SAN MATEO
CRÓNICAS DEL CARIBE I
© Mario Fattorello, 2008
ISBN 978 -980 -390 -215 -5
www.fattorello.com

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